Dejémonos de
vainas: pongámonos la mano sobre el pecho y reconozcamos que, una vez más, esa
eminente venezolana que se llama Mercedes Pulido tiene razón: los pájaros
bravos se dan silvestres en nuestro país.
Es que los venezolanos somos avispadísimos, creemos que nos las sabemos
todas, que a cualquier hijo de vecina se las podremos ganar siempre, que la picardía
nos viene por algún gen familiar que los demás no tienen. Nos “coleamos” hasta en la fila para
comulgar. Si podemos robarnos los
servicios públicos, le damos sin misericordia.
Si trabajamos en una registradora, redondeamos hacia arriba y lo que va
quedando se vuelve nuestro al cuadrar la caja al final de la jornada. Nos comemos las luces rojas sin importarnos
que se ponga en peligro a la circulación ni que le estemos pisoteando el
derecho a otro. Y valga una digresión:
según Peter Albers —un apreciado amigo de ancestro y comportamiento teutones,
pero valenciano hasta la cacha— nuestros semáforos emiten cuatro señales: verde
significa “dale”; amarillo, “apúrate”; rojo, “todavía tienes chance”; y, unos
diez segundos después de aparecer el rojo, “ahora si te jo…”
Los venezolanos actuamos
como consecuencia de ese creernos con derecho a ser unos tunantes
desvergonzados. Hasta que nos llega el
instante en que debemos pagar; en el que otro, que también se cree muy vivo,
nos encarama. El ejemplo más reciente,
pero no el único, es el del alcalde de Valencia. Que lo es todavía (y en mala hora) no importa
cuántas maniobras contra-legem inventen
los concejales rojos para complacer a los maniobreros que están más arriba que
ellos en el PUS. El tal Alca-Parra creía
que con un discurso moral de labios para afuera y con miles de fotos apareciendo
al lado del comandante eterno pero que se murió, iba a poder sisar del erario
indefinidamente. No obstante, llegó el
momento en el que le fue estorboso al régimen, porque si competía por la
alcaldía el 8-D iba a sacar menos votos que María Bolívar y unos, tan vivos
como él decidieron que había que bocharlo.
El tipo resulta encausado por lo pájaros bravos que son sus patibularios
—unos tipos que hasta ayer nomás emitieron votos negando las solicitudes de
hacerle investigaciones a la administración de ese señor—, no porque era lo
correcto, lo debido, lo moral.
Pero no es el único
caso. Por el contrario, es solo el más
reciente de una especie de aluvión infecto y descomunal que se ha asentado en
esta sufrida tierra desde hace quince años.
Siempre hubo y sinvergüencerías en la política venezolana, pero nunca con
tanto descomedimiento, tanta falta de escrúpulos como ahora. Una muestra es que, hace ya un bojote de
años, la redecoración de un baño en el despacho de “Ojitos lindos” significó
una suma de seis cifras altas (como dicen eufemísticamente los banqueros). Y de eso es de lo menos grave que se le acusa;
pendientes —a la espera de que haya una fiscala que se ocupe más de la vindicta
pública y menos de perseguir a los adversarios políticos— están veintitantas denuncias
bien documentadas. Pero la ceguera
selectiva es una de las características del régimen.
Es un descaro que
alguien a quien botaron de la Fuerza Armada por defalcar una cantina sea ahora
el verdugo brutal que en nombre del PUS derrama sus regurgitaciones en la
Asamblea. Que España tenga presos a
quienes pagaron “gratificaciones” a unos negociadores venezolanos por la
construcción de unos buques para la Armada, pero que esos “gratificados”, paisanos
nuestros, no solo anden libres sino que además estén mangoneando desde el poder
es como mucho. Que un número bien
significativo de nuestros altos mandos estén sindicados internacionalmente como
facilitadores del tráfico de drogas, es el colmo. Que desde la presidencia se quiebre al país y
se condene a nuestros pobres a ver cómo el dinero se les encoge con cada día
que pasa, porque deben regalar nuestro patrimonio en otras latitudes para
asegurarse los votos de unos ambilaos regados por todo el Caribe, clama al
cielo. Todos ellos, vivísimos. Hasta que, como explica el refrán francés: “à chaque porc vient la Saint Martin”. Que por aquí traducimos como: “a cada
cochino le llega su sábado”…
Sin embargo,
supongo que lo que pasa por aquí no es cosa de la genética sino de algún morbo
en el aire. Porque gente que no ha
nacido aquí también demuestra esas “destrezas”.
Y se llega al colmo de que alguien que no se sabe bien dónde nació, si
en Ocaña o en Cúcuta, se coja una presidencia.
Claro que en eso tiene que tener acompañantes. Un par de ancianitos senectos, extranjeros
también, le metieron el asunto en la cabeza en una carambola complicadísima (de
unas cinco bandas, por lo menos) y maniobraron para que lo designaran. También debió haber (y hay, porque es un
delito continuado) una complicidad necesaria de parte de connacionales que, como
para ellos dizque “la patria es América” piensan que lo que estatuya la
Constitución es irrelevante. Banal, pues,
piensan ellos. Pero que no se les olvide
que San Martín, que en otras latitudes se conmemora el 11 de noviembre,
nosotros decidimos pasarlo para el 8 de diciembre…
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