martes, 12 de agosto de 2014

En homenaje a un olvidado


Confieso con vergüenza que he faltado a los deberes que imponen la amistad y la ecuanimidad.  En mi escrito de la semana pasada, en vez de estar citando versos de clásicos españoles, yo debí haber dicho algo acerca de la injusta prisión que sufren —en razón de la falta absoluta de escrúpulos de los jerarcas del régimen y de algunos  togados (me da grima referirme a ellos como “magistrados”)— varios ciudadanos cuyo único delito es pensar de manera diferente a como desearían los rojos y actuar consecuentemente con esa forma de pensar.  Me refiero, no solo a los más publicitados en las noticias, como Leopoldo y los alcaldes de San Cristóbal y San Diego, sino a las más de tres decenas de muchachos que se encuentran en mazmorras que no se merecen y que han sido presentados ante tribunales de pacotilla  que descaradamente dejan de lado los estándares de la ley y la justicia para —al tiempo que tratan de disfrazar de legalidad sus actuaciones— pasar sentencias que están cocinadas desde antes de empezar el juicio.  En esos tribunales se desestiman las pruebas y se desoyen los alegatos presentados por los defensores; se hacen la vista gorda cuando a ellos llegan “procesados” con muestras de maltrato y sevicia causadas por sus captores y, desde el “vamos”, niegan la posibilidad de que esas personas sean juzgadas en libertad, como establece el código.  A esos muchachos no podemos dejarlos en el olvido y hay que mantener la presión popular para que los cómplices togados del régimen actúen secundum legem.

 

Pero, en especial, quiero dedicar lo que queda de espacio para enaltecer y encomiar a otro prisionero del régimen: el comisario Salvatore Lucchese.  De hecho, al título de mi escrito le correspondería ser: “En justo homenaje a un ciudadano que no debiera ser olvidado”; pero es que los editores de los medios exigen que los títulos sean concisos y tendientes al laconismo.  Sucede que al comisario Lucchese —“Toti”, para quienes lo queremos bien— le están cobrando su infaltable lealtad con su alcalde y su cargo, el haber logrado que su jurisdicción sea la que mejores estadísticas de seguridad presenta, y el haber mantenido a la Policía de San Diego en la función que le corresponde, que no es la represiva sino de la proximidad con los vecinos.

 

Me honro en decir que lo conozco desde hace más de treinta años, cuando él apenas estaba estudiando bachillerato.  Soy amigo de sus padres, sus hermanos, su esposa y su hijo.  Y, aunque suene a carta burocrática de recomendación, puedo afirmar que todos ellos son de rectos procederes, de vidas correctas y de continuados esfuerzos por mejorar y progresar.  Y excelentes venezolanos, independientemente de que los padres hayan nacido en Italia.  Yo fui su padrino de confirmación; él es el padrino de bautizo de mi nieto.  Y, según él, yo soy su padre.  Lo que no pasa de ser una exageración originada en el afecto; pero que ahora, con el deceso de don Vincenzo, su progenitor, deberé tomar más en cuenta.

 

El alma del comisario Lucchese está agobiada por otros pesos —además del de la injusta prisión que sufre por los delitos de ser funcionario eficiente, buen comandante, y excelente amigo.  Pesos que, estoy seguro, su fuerte voluntad logrará desechar. Sin embargo, quiero compartirlos con los lectores para que lo conozcan mejor.

 

Hace algunos años ya, sus padres resultaros sorprendidos y dominados dentro de su residencia y fueron amarrados y torturados por unos malandros que, mediante esas violencias aspiraban obtener más de lo que ya habían robado.  Al final, la resultante crisis de nervios de doña Rosalía hizo que don Vincenzo decidiera abandonar Venezuela —su hogar por decenas de años— y regresar al nativo suol, donde de seguro iba a vivir sin tantos sobresaltos.  Allí moraron tranquilos hasta que la noticia de la reclusión de su hijo los angustió.  Pocos días después, don Vincenzo murió.  Me imagino que el dolor de lo que le sucedía a su hijo influyó mucho en el desenlace.  Y este tuvo que conformarse con llorar a su padre dentro de los muros de una ergástula no merecida, sin poder estar al lado de su padre para despedirse.

 

El afán de superación siempre ha estado presente en él.  Las cosas que acomete siempre concluyen en resultados excelentes.  Se empeñó en tener la Policía más eficiente de Carabobo y lo logró.  Cuando todavía muchos cuerpos policiales actúan como a mediados del siglo pasado, en San Diego —y con el apoyo del alcalde Scarano— todas las patrullas tienen computadores y cámaras de video que permiten controlar en tiempo real los procedimientos  de los funcionarios.  Hace algunos años decidió estudiar derecho.  Después de las estresantes jornadas de de un comandante policial, en vez de regresar a su hogar, se iba a la universidad.  Culminó con excelentes calificaciones.  Pero no pudo estar con sus compañeros durante el acto de conferimiento de títulos porque este fue el viernes pasado, mientras él rumiaba en la soledad de su celda.

 

Historias y dramas parecidos sufren otros que, como Salvatore Lucchese, sobrellevan medidas abusivas del régimen. Por eso, ninguno de los presos políticos de este régimen debe ser olvidado.  Para todos ellos, pero en especial para Toti, fuertes y solidarios abrazos.

 

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