Si algo ha
caracterizado a este régimen han sido las villanías que sus personeros cometen
con gran falta de escrúpulos y muy seguido.
Todos estos últimos quince años han sido eso. Llevados de la mano y con el ejemplo del interfecto
fallecido, todos los jerarcas han sido consecuentes en solo una cosa: la
comisión de vilezas, ruindades e infamias.
Siempre con un objetivo: mantenerse en el poder a cualquier costo y sin
importar el mal que se ocasione ni las pérdidas de todo orden que se le cause a
la república. Pongo un ejemplo remoto,
aunque los debe haber anteriores. El de
la riada en el Litoral Central en diciembre del 99. El gobierno sabía desde horas de la tarde el
drama que estaba aconteciendo, pero prefirió ocultarlo hasta asegurarse de que
se había logrado el éxito en la votación de la Constitución. Y, después de eso, se dedicaron a festejar en
cadena, perdiendo un tiempo valiosísimo en el rescate de las víctimas. Y, luego, para añadir ludibrio a atrevimiento,
se negaron a recibir la ayuda de las unidades navales de los Estados Unidos que
estaban prestas para hacerlo —y cuya ayuda había solicitado uno de los
ministros del gabinete, que no se nos olvide— porque lo importante para los
robolucionarios en ciernes no era socorrer a los sobrevivientes, sino causarle
una afrenta al imperio. Es tan diminuto
el concepto que tienen de ayudar al prójimo en dificultades, que todavía hay
damnificados a quienes no se les ha solucionado sus problemas.
Por eso, los desmanes
planificados por los del G-2 cubano y ejecutados prestamente por su cipayo
colombiano en estos últimos días no debieran extrañar a nadie. Que desde la cúspide organizativa —había
escrito “desde lo más alto del poder” pero corregí porque el tipo es un
mandado— se le dé luz verde a las pobladas para que “vacíen los anaqueles”, a
sabiendas de que estas lo van a entender como “saqueen” es una bastardía como
mínimo. Que, contraviniendo la Ley se
autorice para, manu militari, intervenir
en el comercio de productos que no son de primera necesidad ni están regulados
no aparece dentro de las facultades prescritas para el Ejecutivo Nacional. Pero pareciera que regalar lo que no es de
uno es muy sabroso. ¿Qué importa que se
lleve a la ruina al comercio? ¿Qué importa que ya nadie quiera invertir un solo
bolívar en el país? ¿Qué importa que las
escaseces estén a la vuelta de la esquina?
Lo importante para ellos es tratar de que el descalabro que van a sufrir
el 8-D no sea de las magnitudes que ya se avizoran. Hay quienes critican a los que se han
aprovechado —largas colas desde la madrugada por delante— de esa tan insensata medida gubernamental. Yo no lo hago. Es por aquello de que el día que llueva caldo
de pollo, la gente no saldrá con paraguas sino con palanganas. La crítica y vituperio tienen que estar
apuntando hacia quienes son responsables de esta barbarie que nos toca vivir:
el ilegítimo y sus sigüíes.
Recientemente,
también —y siguiendo el ejemplo que por muchos años dio el exangüe fenecido—
hemos visto cómo desde el cucuteño para abajo, todas las autoridades
nacionales, regionales y municipales que visten con lujosas chemises y
guayaberas rojas se han pasado por la bragueta la norma que les prohíbe hacer
propaganda política desde sus cargos y se han dedicado a denostar de los
candidatos opositores que tienen probabilidades de ganar. ¿Qué hay que inventar acusaciones? ¡Pues las
inventan! ¿Cuál es el problema para
ellos? Para eso tienen una pandilla de
asalariados dedicados a tiempo completo para concebir villanías. De ese mismo material es que están hechas la
arbitraria detención del coordinador de giras de Henrique Capriles, como si con
eso lo fuesen a amedrentar; las acciones seudolegales contra diputados de la
oposición para asegurarse el voto 99; y la utilización de las televisoras y
radios que, supuestamente, son de todos los venezolanos y no de una facción,
para alabar a los copartidarios pero, por sobre todo, para arremeter contra los
contrarios.
La bajeza dirigencial
llega a tanto —y vistos los resultados negativos para el oficialismo de las
indagaciones demoscópicas— que el mismo Girafales ha tenido que salir a vomitar
infundios en contra de la empresa de la familia Cocchiola porque el candidato a
la Alcaldía de Valencia y fundador de esa organización está muy despegado de su
seguidor, el candidato oficial. Por
cierto, Nicky, a la madera no le cae “polilla”, eso es con la tela. ¡Volviste a meter la pata! De allí, también, los intentos de saltarse a
la torera la inmunidad del candidato Cocchiola y tratar de ponerlo preso sin
razón ni causa que lo justifiquen.
La maldad y la bellaquería
oficiales son tales, que dejan que Simonovis se muera poco a poco pagando
cárcel por un delito que nunca pudieron probarle. Al hacerlo, siguen una vez más el ruin
ejemplo dado por el héroe del Museo Militar, quien olvidó que él fue objeto de
una medida de gracia por un delito que sí cometió y que resultó en la muerte de
muchos venezolanos…
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