martes, 12 de agosto de 2014

“No hay plazo que no llegue…


… ni deuda que no se pague”. Esos versos de Tirso de Molina, escritos hace ya casi cuatro siglos fueron los que vinieron a mi mente cuando se supo —con más de dos meses de retardo, según parece— de la muerte de Boves II.  Porque es que a todos nos ha de tocar ese momento en el cual hemos de ir a encontrarnos con el Creador.  Momento en el cual esperamos encontrárnoslo risueño; no con el ceño fruncido, que es como debe haber recibido al Atila sabanetense.  Porque es mucho el mal que hizo mientras pudo; de sobra nos sabemos las listas de agravios que causó en Venezuela y fuera de sus fronteras, pero no podemos olvidar el último que nos infligió: quizás por aquello de “después de mí, el diluvio”, nos dejó como heredero a un ser con poca inteligencia, nula ilustración y cero sentimientos nobles,  pero con demasiado odio y mucha sumisión a lo que le ordenan desde La Habana.

En la escena de “El burlador de Sevilla y el convidado de piedra” en la que aparecen esos versos, son unos músicos los que cantan: “Adviertan los que de Dios / juzgan los castigos tarde, / que no hay plazo que no llegue /ni deuda que no se pague.”  Ya antes, a don Juan lo había advertido su padre, don Diego Tenorio: “Mira que aunque al parecer, / Dios te consiente y guarda, tu castigo no se tarda, / y que castigo ha de haber /para los que profanáis / su nombre, y que es juez fuerte, / Dios en la muerte”.  Dejarnos al nortesantandereano como ocupante de Miraflores fue la última vaina que nos echó el interfecto difunto que falleció.

Don Juan es un personaje arquetípico de la escena, no solo española —donde es repetido por Espronceda, Zorrilla y Azorín, entre otros— sino de Occidente. Moliere tiene uno, Dumas  hizo otro, Lord Byron dejó uno incompleto a su muerte, y Mozart escribió una ópera sobre Don Giovanni.  Por cierto, en un escrito de hace un par de años califiqué a este como “maluco de antología”. Y decía que era "tan bragueta-brava que se jacta de las mujeres que ha engatusado para obtener sus favores (…) 640 en Italia, 231 en Alemania, 100 en Francia, 91 en Turquía, 'ma in Spagna, mile tre'", según la cuenta que saca Leporello, su criado.  Pero el tipo no solamente es rijoso y lúbrico; en todas sus versiones es, además, inicuo.  Tanto, que no solo mata al Comendador sino que se mofa de la estatua que le levantan a este y la invita a comer. Con lo que no contaba era que la estatua le iba a aceptar la invitación y que, después de cenar, se lo iba a llevar para el infierno.

A mí, el Don Juan que más me trae recuerdos es el de José Zorrilla porque en Caracas fue una tradición que presentaran esa obra en el Teatro Nacional todos los noviembres a partir del Día de Difuntos.  Tanto la vi que todavía puedo recitar versos completos de ella.  Por ejemplo, aquello de doña Inés: “¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro / de tu hidalga compasión: / arráncame el corazón, o ámame porque te adoro”. Todos, alguna vez, deseamos que una zagala nos confesara aquello de: “¡Y qué he de hacer ¡ay de mí! / sino caer en vuestros brazos, / si el corazón en pedazos / me vais robando de aquí?”  Todos. También, alguna vez recitamos aquello de: “¿No es verdad, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / más pura la luna brilla /y se respira mejor?” Aunque nosotros, estudiantes burlescos y sin-oficio, la trastocábamos en: “¿No es verdad, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / están friendo morcilla / y se percibe el olor?” 

Como esas, muchas estrofas más heredamos de aquella tradición novembrina, pero hoy, después de casi cuarenta días de excesos y sevicia durante las represiones a los estudiantes que se manifiestan pacíficamente, de irrespetos continuos a los derechos de los venezolanos que nos atrevemos a disentir del “pensamiento único”, de daños y estropicios causados innecesariamente y ex profeso contras propiedades privadas —todo eso, causado por uniformados y por bandas motorizadas que, indudablemente actúan por instrucciones que han salido desde el más alto cenáculo del poder—, lo que queda es recordar aquello que recita don Juan pero que le cae de perlas al ilegítimo cipayo de los Castro: “Por dondequiera que fui, / la razón atropellé, / la virtud escarnecí, /a la justicia burlé / y a las mujeres vendí. / Yo a las cabañas bajé, / yo a los palacios subí, / yo los claustros escalé / y en todas partes dejé / memoria amarga de mí. / No reconocí sagrado, / ni hubo razón ni lugar / por mi audacia respetado; / ni en distinguir me he parado / al clérigo del seglar”.

En verdad, es un retrato perfecto.  Después de todo, él puede decir como el Tenorio: “por doquiera que voy, / va el escándalo conmigo”…                                                                                 

 

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