martes, 12 de agosto de 2014

Una historia de cuatro ciudades


“Fusilo” descaradamente el título de una novela de Charles Dickens para relatar unas experiencias que tuve recientemente cuando viajé a los extremos suroccidental y nororiental de Venezuela.  Por un lado, visité la isla de Margarita y la ciudad de Cumaná y, por el otro confín, estuve en San Cristóbal y San Antonio.  Las similaridades y algunas notorias peculiaridades entre esas ciudades es lo que intento glosar hoy.  O sea, algo parecido a lo que hizo Dickens con Londres y París.  Eso sí, guardando las distancias tanto entre esas dos capitales y las ciudades de mi comentario, como entre la excelente prosa de míster Charles y los garrapateos de  este servidor.


El inglés comenzaba “A Tale of Two Cities” con aquellas memorables líneas de: “It was the best of times, it was the worst of times...” y seguía con un machacante empleo anafórico de ese “it was” para contrastar lo admirable y lo despreciable de esa época.  Lamentablemente, por estos lados, y en estos tiempos, al hacer un intento de descripción, pareciera que habría que dejar de lado las enumeraciones virtuosas que hacía el inglés: sabiduría, fe, ilustración y esperanza, porque lo sensato sería insistir en los sustantivos negativos de la narración: insensatez, oscuridad, desconfianza.  Es que, en verdad, estamos en el peor de los tiempos.

 
En las ciudades venezolanas hay cosas que se repiten: una es la inmensa cantidad de metros cuadrados pintados de rojo haciendo propaganda ventajista desde el poder —recordemos que esa pintura sale del erario; o sea, que velis nolis la pagamos los ciudadanos—; lo único que cambia son los nombres de los candidatos.  Otra, es el atiborrante despliegue de fotos del difunto; se nota un descarado intento de crear un mito similar al que sufrimos de Bolívar, solo que con alguien que no construyó, como don Simón, sino que destruyó.  ¡Ojo!, no me opongo a la realidad histórica del Padre de la Patria, con sus cosas buenas y malas; lo que me choca es el intento reciente de dibujarlo socialistoide y moreno, siendo que era liberal y blanco.  Todo, para asemejarlo a quien pretenden elevar a los altares como un impoluto, virtuoso, valiente y justo patriota —siendo que era de todo menos eso—; asemejarlo, como mínimo, a Sucre, pues.   Otra, es la cantidad de mercachifles, buhoneros y gorrones (porque pordioseros no son) que obstaculizan el tránsito de peatones y automotores y que implica consecuencias: montones de desechos mal dispuestos, hedores agobiantes, ratas y cucarachas por montón; golpes a los ojos y al olfato que hacen invivible los centros de esas ciudades.

 
Otra más son los puestos de control policial cada 20 metros que han instaurado para hacer creer que están obrando contra la seguridad.  Se llega a uno y hay que someterse al escrutinio de un agente policial; cuando este autoriza continuar, se debe pasar por las mismas interrogantes de otro agente de otra policía que tiene otro control a escasos 20 metros del primero.  Y cuidado si más adelante no hay otro puesto donde un uniformado perteneciente a esa cosa inconstitucional que mientan las milicias.  En estos, la ordalía es peor porque esos tipos no saben qué es lo que deben preguntar, qué documentos pedir o, simplemente, qué hacer.  Pero ahí están, en lugares sin adecuadas marcaciones de alerta, como monumentos a la insensatez e ineptitud oficiales.


En ambos extremos del país, y en el centro de la geografía, los apagones ocurren con  la misma insistencia; todos, igualmente insufribles.  Los reclamos vecinales por ese inconveniente son diarios.  Y llegan a algo que ya se está pasando de maraca y ante los cuales, la autoridad nada dice, nada hace: los cierres de vías.  Cumaná estuvo dos días enteros aislada porque los vecinos de Santa Fe (caserío que le queda antes) decidieron protestar así.

 
Ahora, en el poco espacio que me queda, hablemos de peculiaridades.

El suministro de combustible en el Táchira es de horror.  El fulano chip impide que los tachirenses (y los turistas que van por allá) tengan los mismos derechos que sus connacionales en otros estados.  Lo cual es inconstitucional.  Todo el mundo comenta que esa medida —aparte de hacer más millonario al rojo que inventó el negocio— no sirve para combatir el contrabando; que no es en los carros particulares donde llevan el combustible para Colombia; es en cisternas enviadas por algún “chivo” y escoltadas por uniformados que va el matute. 


En Cumaná se quejan de que dentro de dos años, la ciudad celebrará 500 años de su fundación —la primera de todas en Suramérica— y no hay estudios serios para convertir ese fasto en una oportunidad de progreso.  Como, hasta hoy lo único que se sabe es que le van a levantar una estatua al Héroe del Museo Militar, las fuerzas vivas están preparando un documento de alerta y exhortación a las autoridades.  Yo por mi parte —visto el adefesio polícromo que dizque es Sucre y que pusieron en la entrada de la ciudad—, con toda la seriedad que me caracteriza, propongo que el homenaje sea elaborado por el mismo “artista”.  Y que sea con un busto ecuestre… 

 

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