martes, 12 de agosto de 2014

¿Régimen o gobierno?



Hacía tiempo que no recibía correos amenazantes.  Con cierta regularidad, me llegan algunos que intentan ofenderme, me recuerdan a mi mamá o me hacen saber disconformidades con el tema que enfoqué.  Pero los que recibo para felicitarme, estar de acuerdo con lo que digo y exhortarme a continuar con un estilo pugnaz, por ser muchos más, neutralizan y arropan a esos que buscan descorazonarme y que abandone la temática que acometo desde 1999: la oposición razonada pero sarcástica a lo que sufrimos los venezolanos en razón del grupo mínimamente ilustrado y poco eficiente —pero muy sectario, pugnaz y fanático— que manda actualmente.  Lo comento porque la semana pasada reiniciaron las amenazas descaradas en mi contra.  Desde dos buzones diferentes, pero con idéntico estilo, me intentaron intimidar por el empleo que yo hago de una palabra —“régimen”— que utilizo para referirme al grupo que desgobierna en Venezuela.  Pienso que hay una desproporción de la relación causa-efecto entre lo que yo digo y los intentos de bravata que recibí.  Pero, que quede claro, no van a lograr pararme.  Aunque reconozco que sería insensato de mi parte no actuar para desviar las amenazas.  La primera será tratar de explicar por aquí los términos que aparecen en el título.

 

Empleo “régimen” porque, sinceramente, no creo que Venezuela tenga un “gobierno”.  ¿Qué son sutilezas de mi parte? Probablemente no.  Un viejo profesor nos explicaba alguna vez que, en pureza de verdad, no existen los sinónimos.  Y lo ejemplificaba diciendo que todas las damas son mujeres, pero que no todas las mujeres son damas.  Que para ser una de estas últimas, la fémina debía ser reconocida por su distinción y excelentes modales.  O sea, y ahora el ejemplo es mío, Iris Varela jamás será una de estas.  Y cuidado si, por lo que dice el DRAE, no llega ni a señora, porque este la tipifica como “persona respetable…”  De igual manera, y aunque tengan casi los mismos ingredientes, una bouillabaisse y un hervido de pescado no son lo mismo.  O que un Luis Giusti y un Rafael Ramírez sean iguales en honorabilidad y ética funcionarial aunque ambos sean ingenieros y tengan experiencia en petróleo.

 

Aquí hay una gente que manda —que “desmanda”, sería mejor—, pero “mandar” nunca es lo mismo que “gobernar”.  Y vayamos al mataburros otra vez.  “Gobernar”, según la segunda acepción, es: “Dirigir un país o una colectividad política”.  Pero esta gente no dirige; son ellos los dirigidos.  Por una parte, son prisioneros de su populismo; no pueden hacer lo que le conviene a la nación como un todo sino lo que le exige el populacho que tienen como clientela y que ellos confunden con pueblo.  Por la otra, son fieles subalternos de la gerontocracia cubana; sus actuaciones son para que les sirvan de provecho a Cuba, no a Venezuela.

 

“Régimen” le cabe mejor porque lo que sí que hacen con frecuencia es tratar de regimentar a la población.  Y no podía ser de otra manera con una gente que piensa en “unidades de batalla”, “comandos”, “paso de vencedores” y demás zarandajadas impuestas por la logia militar que comenzó el desmadre nacional con sus levantamientos en el año 92.  Y, hablando de esas cosas, permítanme una digresión: una de las cantinelas que emplean frecuentemente es “rodilla en tierra, fusil al hombro”.  ¿Habráse visto u oído contrasentido mayor?  Si te pones “rodilla en tierra” es para poder apuntar el fusil con mayor precisión, no para ponértelo en posición de transporte.  Esas cosas pasan por poner a funcionar la lengua sin antes haber engranado el cerebro…  Pero regresemos a la materia de hoy.

 

Leyes, decretos y resoluciones sacan todos los días para tratar de imponérnoslos y, así, reducir las libertades y derechos que nos autoriza la Constitución.  Tales documentos, que llenan todos los requisitos para ser tipificados como ukases —porque tienden a ser injustos, arbitrarios y tajantes— siempre son por el mero afán de demostrar que ellos son los que mandan, no para el logro del bien común.  Y con un añadido: en los decretos siempre aparecen artículos que imponen penas corporales.  Cosa que viola la “reserva legal”, ya que las penas solo pueden ser tipificadas en leyes sancionadas por el órgano legislativo, no por el ejecutivo.  Pero ni este ni la más alta instancia del judicial —me choca llamar por su nombre a esa cosa tan injusta y parcializada que emite sentencias sin apegarse a la ley ni la filosofía jurídica— han dicho una sola palabra. ¡Claro, son caimanes del mismo pozo!

 

Creo que con estas explicaciones le quedan más claros los conceptos a los aspirantes imperfectos a perdonavidas, personas que presumen de lo que no son y que amenazan pero no se dejan ver las caras.  Espero que este escrito les sirva para comprobar que siempre trato de emplear las palabras que mejor se avienen a la circunstancia, no lo que a eso que han dado el llamar “political correctness” exige.  Ellos verán que han de hacer ahora.  En todo caso, yo no pienso cambiar un ápice mi forma de pensar, de escribir ni de actuar.  Ya lo saben… 

 

 

Posdiálogo, como lo veo yo


Primero. Si algo tiene que tener claro todo el mundo, después del encuentro de hace algunos días entre el régimen y una parte de quienes se le oponen es que este lo que busca es poner en escena una estratagema bifronte muy frecuente en los rojos: por un lado, intentar correr la arruga hasta que el transcurrir del tiempo les permita regresar sobre sus pasos y seguir en su empecinamiento de llevar a los venezolanos a un socialismo real (pero disfrazado a la moda del siglo XXI) a pesar de que abundan los ejemplos de que esa vaina no funciona; y, por el otro, tratar de lavarse la cara y las manos ante la escena internacional: “¿Se fijan?, nosotros haciendo todo lo posible para fomentar, con el diálogo, la paz en nuestra patria y ellos, cuerda de malagradecidos, empecinados en tirar la burra pa’l monte”.  Pero la jugada fue descubierta por tirios y troyanos desde el mismo “vamos a darle”. 

 

Señales de eso abundaron: la ventaja de estar 13 a 11 en la mesa, el abuso discursivo del nortesantandereano al usar una hora del tiempo para repetir sus mentecateces de siempre, la “viveza” del vice al emplear su posición como moderador para tratar de enmendarles la plana a los dirigentes de la oposición.  Pero, por sobre todo, la selección de una media docena de pendencieros habituales que sufren de escaras mentales para conformar su delegación es signo claro de que no se quiere llegar a ninguna parte.  Cómo será de cierto que, en comparación, Jaua, el más rojo de todos ellos, pareció  un hábil diplomático.  Ni Ojitos Lindos, ni la Eckaut, ni Jorgito, ni Aristóbulo tenían lugar en esa mesa si lo que se buscaba era solucionar el statu quo.  Queda la duda, claro, si fue que estos se le impusieron a quien detenta la presidencia.  Mención aparte merece el tupamaro; ese impresentable estaba más fuera de lugar que un que un chorizo en una ensalada de frutas.  Porque no tenía nada que aportar, ni la moral para hablar de avenencia y conciliación, ni —mucho menos— sugerir un Nobel de la paz para quien desde muy antiguo lo que ha hecho es buscar pendencia.

 

Segundo. Faltaron materias en la agenda.  Menciono dos solamente.

 

En principio, es urgente que se converse sobre la injerencia indebida de cubanos en lugares claves de las grandes y graves decisiones nacionales.  Mientras los cubiches sigan tomando las decisiones  y ordenando en lo referido a identificación, defensa, policía, registro y educación (por mencionar solo unos pocos) no tendremos la tan cacareada soberanía.  Tengo muchos amigos de esa nacionalidad; unos que llegaron huidos en los sesenta y otros que salieron recientemente aprovechándose de la nueva ley.  Ellos tienen que entender que nosotros nos sentimos ante los enviados por los Castro, como sus bisabuelos mambises veían a los soldados españoles enviados por la metrópoli para agotar las riquezas del país, someter a los naturales y mantener los obscenos privilegios de los jerarcas colonizadores.  Esa gente tiene que salir, y pronto, para que Venezuela deje de ser una provincia más de Cuba, como Santa Clara o Pinar del Río.

 

Luego —y tan importante como el punto anterior— está lo de la necesidad de reinstitucionalizar a las Fuerzas Armadas.  En ese aspecto, me uno a Rocío Sanmiguel y a otros para señalar que era primordial asomar, por lo menos, el tema de la partidización que se ha hecho —contrariando, una vez más a la Constitución— del estamento militar.  Es obsceno, por decir lo menos, el comportamiento de las personas que conforman los altos mandos.  De seguro que fueron escogidos para esos cargos por eso precisamente: porque, de cara a sus intereses individuales, necesitan demostrar personalidad de ciclista: por arriba, cabeza gacha; por debajo, ¡pata con ellos!

 

¡Y cómo abundan!  No tengo acceso al escalafón oficial, pero los números que andan por ahí señalan que pasan de 1600 los generales y almirantes activos.  En mis tiempos, 12-14 de dos soles y 110-120 de uno bastábamos para mandar las Fuerzas Armadas. Hoy son tantos que algunos, sin pena alguna, aceptan cargos que eran para tenientes coroneles.  Doy algunas estadísticas, para comparar: Rusia, que tiene unos 150 millones de habitantes —de los cuales, 1,2 millones son su pie de fuerza—, llega a 850 oficiales de insignia; Estados Unidos, con más de 300 millones de habitantes y 1,3 millones en contingente, no puede tener, por orden del Congreso —porque allá sí se le pone checks and balances al Ejecutivo— más de 877 estrellados (soleados, diríamos aquí) entre Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Marines.  Con un añadido: por ley, los de cuatro estrellas no pueden ser más de veinte. Y esos grados son temporales: duran mientras la persona está en un cargo que exige ese rango; al salir de él —para otro destino o para el retiro— regresan a las tres estrellas que tenían antes.

 

Alguien, con fortuna, explicó que, antes, para ser general se tenía que tener currículo; y que ahora pareciera que lo necesario es tener prontuario.  En verdad, son varios los que han sido sindicados —dentro y fuera de nuestras fronteras— como presuntos comitentes de delitos.  El gobierno que deba reemplazar al régimen actual tiene que tomar medidas muy serias en la despolitización del ente armado.  Los mandatarios actuales tampoco debieran soslayar esa tarea y ser los que acometiesen esa tarea.  Pero les da físico culillo…

 

No huele a rosas


La escena de “Romeo y Julieta” más reconocida popularmente es, quizás, la del balcón; y la gente recita, equivocadamente, aquello de: “Romeo, Romeo, ¿dónde estás que no te veo”.  El “que no te veo” de ese verso no aparece en parte alguna del drama, pero como hace una rima fácil, se hizo pegajoso y se convirtió en popular.  Lo que sí recita Julieta más adelante es: “Eso que llamamos rosa, por cualquier otro nombre olería igual”.  Igual pudiera decirse de las demás fuentes de olor. O de hedor, que es a lo que nos toca referirnos hoy.  Porque lo que más detectan los órganos olfatorios venezolanos últimamente son chocantes fetideces de mapurite, pestilencias de corneciervo, tufos de carroña al aire.  Todos ellos originados por los capitostes del régimen. Y eso, sin referirnos a las hediondeces que dejan a su paso por las riquezas corruptas que han acumulado y muestran con desvergüenza. Ni las del “gas del bueno” que con tanta prodigalidad reparten.

 

¡Qué todo hiede a dictadura, pues!  No importa que traten de camuflarla con otros nombres, lo cierto es que ya pretensiones de arropar con un manto de democracia lo que hay en Venezuela actualmente ya son inútiles.  Quedaron al descubierto ante todos, dentro de Venezuela y fuera de sus fronteras.  Ya el mundo entero ha visto las horrorosas imágenes de la represión más brutal; ayer fueron las de la infame guardia dándole con el casco a la pobre Marvinia, hoy son las dos de la viuda de González Bustillos: la primera, tratando de convencer a las tropas antimotines de disminuir la violencia y, la segunda, momentos después, cuando varios sayones uniformados le disparan por la espalda mientras se alejaba.  Ya hasta en el Tíbet y Mongolia se sabe que los rojos —“guiados” por el capitán Hallaca— han montado un ataque artero, cobarde, cayapero, contra María Corina para despojarla, sin fórmula de juicio, contra todo lo que estipulan la Constitución, las leyes y el Reglamento Interno de la Asamblea de su condición de diputada.  Y no una legisladora cualquiera: los solos votos de ella totalizan más que los de unos veinte legisladores rojos de medio pelo.  Ya hasta en Timbuktú y Saigón se sabe que no hay separación de poderes en Venezuela.  Y que eso es así porque la gerontocracia cubana se lo ha impuesto a los rojos locales; primero fue al Atila sabanetense —cuyo enamoramiento fue tal que decidió ir a morirse a Cuba— y ahora al en mala hora heredero: el nortesantandereano.

 

Hasta el más babieca sabe que todas las persecuciones que sufren los opositores, sin importar el partido en el cual militen, ni la importancia que tengan, ni el cargo que ejerzan, es una añagaza más del régimen para, por un lado, distraer a las masas para que no vean las brutales subidas de precio que autorizaron y, por el otro, aprovechan para defenestrar o apresar a líderes populares que los antagonizan.  De ese mal sufren: Leopoldo, Scarano, Serrano, María Corina, Mardo, Azuaje.  Pero no olvidemos a otros que padecen de los ukases ejecutivos que cumplen borreguilmente los judiciales en complicidad con la fiscala y la difamadora del pueblo: Simonovis, Afiuni, y la ya casi media centena de estudiantes presos por manifestarse.

 

Y por si no bastase, ya hay más de una demostración de que el régimen no se para en miramientos y apela a homicidios selectivos y a “desaparición” de personas para imponerse.  O para que les sirvan de escarmiento en cabeza ajena a gente que les incomoda.  ¿O es mera coincidencia la muerte reciente, en el Ávila, de los dos ciclistas?  Ambos estaban emparentados con opositores muy reconocidos, como López y Ocariz; ambos estaban relacionados familiarmente con los propietarios de la Polar.  ¿Coincidencia? ¡Ni de vainas!

 

Lo malo, es que lo que se ve en el horizonte es un empeoramiento de la circunstancia.  Porque ya las protestas no se limitan a los sectores de clase media: ya en Catia marchan y cacerolean sin temerle a eso que llaman impropiamente “colectivos” —cuando no son sino bandas asalariadas—, ya las multitudinarias manifestaciones en el sur de Valencia dejaron claro que el pueblo está unido en la protesta, a pesar de las veladas amenazas de Ameliach.  La casta roja —que cree que tienen el derecho de eternizarse en el poder aunque sea desechando el barniz democrático que los cubre— siente que debe impedir las protestas como sea.  Ya bastantes armas y más que suficiente plata han repartido con ese propósito, ya bastante intoxicación mental han infundido.  Y como unos cuantos muertos más no son sino una raya más para el tigre…

 

Están a tiempo de reflexionar.  Por estos días se están cumpliendo veinte años del genocidio de Ruanda.  Allá, un grupo, apoyado con armas y dinero desde el gobierno, se desmandó y empezó a matar a quienes pensaban distinto.  Pasaron de 800 mil los muertos en menos de cien días.  O sea, más de 300 diarios; más de cinco por minuto.  En manos de los que detentan el poder está que no nos pase algo parecido…

 

En homenaje a un olvidado


Confieso con vergüenza que he faltado a los deberes que imponen la amistad y la ecuanimidad.  En mi escrito de la semana pasada, en vez de estar citando versos de clásicos españoles, yo debí haber dicho algo acerca de la injusta prisión que sufren —en razón de la falta absoluta de escrúpulos de los jerarcas del régimen y de algunos  togados (me da grima referirme a ellos como “magistrados”)— varios ciudadanos cuyo único delito es pensar de manera diferente a como desearían los rojos y actuar consecuentemente con esa forma de pensar.  Me refiero, no solo a los más publicitados en las noticias, como Leopoldo y los alcaldes de San Cristóbal y San Diego, sino a las más de tres decenas de muchachos que se encuentran en mazmorras que no se merecen y que han sido presentados ante tribunales de pacotilla  que descaradamente dejan de lado los estándares de la ley y la justicia para —al tiempo que tratan de disfrazar de legalidad sus actuaciones— pasar sentencias que están cocinadas desde antes de empezar el juicio.  En esos tribunales se desestiman las pruebas y se desoyen los alegatos presentados por los defensores; se hacen la vista gorda cuando a ellos llegan “procesados” con muestras de maltrato y sevicia causadas por sus captores y, desde el “vamos”, niegan la posibilidad de que esas personas sean juzgadas en libertad, como establece el código.  A esos muchachos no podemos dejarlos en el olvido y hay que mantener la presión popular para que los cómplices togados del régimen actúen secundum legem.

 

Pero, en especial, quiero dedicar lo que queda de espacio para enaltecer y encomiar a otro prisionero del régimen: el comisario Salvatore Lucchese.  De hecho, al título de mi escrito le correspondería ser: “En justo homenaje a un ciudadano que no debiera ser olvidado”; pero es que los editores de los medios exigen que los títulos sean concisos y tendientes al laconismo.  Sucede que al comisario Lucchese —“Toti”, para quienes lo queremos bien— le están cobrando su infaltable lealtad con su alcalde y su cargo, el haber logrado que su jurisdicción sea la que mejores estadísticas de seguridad presenta, y el haber mantenido a la Policía de San Diego en la función que le corresponde, que no es la represiva sino de la proximidad con los vecinos.

 

Me honro en decir que lo conozco desde hace más de treinta años, cuando él apenas estaba estudiando bachillerato.  Soy amigo de sus padres, sus hermanos, su esposa y su hijo.  Y, aunque suene a carta burocrática de recomendación, puedo afirmar que todos ellos son de rectos procederes, de vidas correctas y de continuados esfuerzos por mejorar y progresar.  Y excelentes venezolanos, independientemente de que los padres hayan nacido en Italia.  Yo fui su padrino de confirmación; él es el padrino de bautizo de mi nieto.  Y, según él, yo soy su padre.  Lo que no pasa de ser una exageración originada en el afecto; pero que ahora, con el deceso de don Vincenzo, su progenitor, deberé tomar más en cuenta.

 

El alma del comisario Lucchese está agobiada por otros pesos —además del de la injusta prisión que sufre por los delitos de ser funcionario eficiente, buen comandante, y excelente amigo.  Pesos que, estoy seguro, su fuerte voluntad logrará desechar. Sin embargo, quiero compartirlos con los lectores para que lo conozcan mejor.

 

Hace algunos años ya, sus padres resultaros sorprendidos y dominados dentro de su residencia y fueron amarrados y torturados por unos malandros que, mediante esas violencias aspiraban obtener más de lo que ya habían robado.  Al final, la resultante crisis de nervios de doña Rosalía hizo que don Vincenzo decidiera abandonar Venezuela —su hogar por decenas de años— y regresar al nativo suol, donde de seguro iba a vivir sin tantos sobresaltos.  Allí moraron tranquilos hasta que la noticia de la reclusión de su hijo los angustió.  Pocos días después, don Vincenzo murió.  Me imagino que el dolor de lo que le sucedía a su hijo influyó mucho en el desenlace.  Y este tuvo que conformarse con llorar a su padre dentro de los muros de una ergástula no merecida, sin poder estar al lado de su padre para despedirse.

 

El afán de superación siempre ha estado presente en él.  Las cosas que acomete siempre concluyen en resultados excelentes.  Se empeñó en tener la Policía más eficiente de Carabobo y lo logró.  Cuando todavía muchos cuerpos policiales actúan como a mediados del siglo pasado, en San Diego —y con el apoyo del alcalde Scarano— todas las patrullas tienen computadores y cámaras de video que permiten controlar en tiempo real los procedimientos  de los funcionarios.  Hace algunos años decidió estudiar derecho.  Después de las estresantes jornadas de de un comandante policial, en vez de regresar a su hogar, se iba a la universidad.  Culminó con excelentes calificaciones.  Pero no pudo estar con sus compañeros durante el acto de conferimiento de títulos porque este fue el viernes pasado, mientras él rumiaba en la soledad de su celda.

 

Historias y dramas parecidos sufren otros que, como Salvatore Lucchese, sobrellevan medidas abusivas del régimen. Por eso, ninguno de los presos políticos de este régimen debe ser olvidado.  Para todos ellos, pero en especial para Toti, fuertes y solidarios abrazos.

 

“No hay plazo que no llegue…


… ni deuda que no se pague”. Esos versos de Tirso de Molina, escritos hace ya casi cuatro siglos fueron los que vinieron a mi mente cuando se supo —con más de dos meses de retardo, según parece— de la muerte de Boves II.  Porque es que a todos nos ha de tocar ese momento en el cual hemos de ir a encontrarnos con el Creador.  Momento en el cual esperamos encontrárnoslo risueño; no con el ceño fruncido, que es como debe haber recibido al Atila sabanetense.  Porque es mucho el mal que hizo mientras pudo; de sobra nos sabemos las listas de agravios que causó en Venezuela y fuera de sus fronteras, pero no podemos olvidar el último que nos infligió: quizás por aquello de “después de mí, el diluvio”, nos dejó como heredero a un ser con poca inteligencia, nula ilustración y cero sentimientos nobles,  pero con demasiado odio y mucha sumisión a lo que le ordenan desde La Habana.

En la escena de “El burlador de Sevilla y el convidado de piedra” en la que aparecen esos versos, son unos músicos los que cantan: “Adviertan los que de Dios / juzgan los castigos tarde, / que no hay plazo que no llegue /ni deuda que no se pague.”  Ya antes, a don Juan lo había advertido su padre, don Diego Tenorio: “Mira que aunque al parecer, / Dios te consiente y guarda, tu castigo no se tarda, / y que castigo ha de haber /para los que profanáis / su nombre, y que es juez fuerte, / Dios en la muerte”.  Dejarnos al nortesantandereano como ocupante de Miraflores fue la última vaina que nos echó el interfecto difunto que falleció.

Don Juan es un personaje arquetípico de la escena, no solo española —donde es repetido por Espronceda, Zorrilla y Azorín, entre otros— sino de Occidente. Moliere tiene uno, Dumas  hizo otro, Lord Byron dejó uno incompleto a su muerte, y Mozart escribió una ópera sobre Don Giovanni.  Por cierto, en un escrito de hace un par de años califiqué a este como “maluco de antología”. Y decía que era "tan bragueta-brava que se jacta de las mujeres que ha engatusado para obtener sus favores (…) 640 en Italia, 231 en Alemania, 100 en Francia, 91 en Turquía, 'ma in Spagna, mile tre'", según la cuenta que saca Leporello, su criado.  Pero el tipo no solamente es rijoso y lúbrico; en todas sus versiones es, además, inicuo.  Tanto, que no solo mata al Comendador sino que se mofa de la estatua que le levantan a este y la invita a comer. Con lo que no contaba era que la estatua le iba a aceptar la invitación y que, después de cenar, se lo iba a llevar para el infierno.

A mí, el Don Juan que más me trae recuerdos es el de José Zorrilla porque en Caracas fue una tradición que presentaran esa obra en el Teatro Nacional todos los noviembres a partir del Día de Difuntos.  Tanto la vi que todavía puedo recitar versos completos de ella.  Por ejemplo, aquello de doña Inés: “¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro / de tu hidalga compasión: / arráncame el corazón, o ámame porque te adoro”. Todos, alguna vez, deseamos que una zagala nos confesara aquello de: “¡Y qué he de hacer ¡ay de mí! / sino caer en vuestros brazos, / si el corazón en pedazos / me vais robando de aquí?”  Todos. También, alguna vez recitamos aquello de: “¿No es verdad, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / más pura la luna brilla /y se respira mejor?” Aunque nosotros, estudiantes burlescos y sin-oficio, la trastocábamos en: “¿No es verdad, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / están friendo morcilla / y se percibe el olor?” 

Como esas, muchas estrofas más heredamos de aquella tradición novembrina, pero hoy, después de casi cuarenta días de excesos y sevicia durante las represiones a los estudiantes que se manifiestan pacíficamente, de irrespetos continuos a los derechos de los venezolanos que nos atrevemos a disentir del “pensamiento único”, de daños y estropicios causados innecesariamente y ex profeso contras propiedades privadas —todo eso, causado por uniformados y por bandas motorizadas que, indudablemente actúan por instrucciones que han salido desde el más alto cenáculo del poder—, lo que queda es recordar aquello que recita don Juan pero que le cae de perlas al ilegítimo cipayo de los Castro: “Por dondequiera que fui, / la razón atropellé, / la virtud escarnecí, /a la justicia burlé / y a las mujeres vendí. / Yo a las cabañas bajé, / yo a los palacios subí, / yo los claustros escalé / y en todas partes dejé / memoria amarga de mí. / No reconocí sagrado, / ni hubo razón ni lugar / por mi audacia respetado; / ni en distinguir me he parado / al clérigo del seglar”.

En verdad, es un retrato perfecto.  Después de todo, él puede decir como el Tenorio: “por doquiera que voy, / va el escándalo conmigo”…                                                                                 

 

Dos dictaduras


El doctor Martí-Carvajal es uno de esos galenos que no pasan consultas sino que se dedican a la investigación, es muy reconocido a nivel internacional por la calidad y precisión científica de los estudios que presenta a la comunidad médica, y tengo el honor de considerarlo como un apreciado amigo.  Recientemente, me escribió para hacerme las preguntas que copio más abajo y que intentaré contestar hoy.  Antes, en el introito, me explicó que tuvo la oportunidad de presenciar algo que no dudo en calificar como una aberración: al mismo tiempo que “un policía y un paramilitar disparaban a los edificios situados al lado del Sambil”, a él lo “retuvieron porque portaba la bandera nacional (…) la bandera sí les molestó, no los disparos”.  Ya eso dice mucho de cómo el régimen irrespeta la norma constitucional.  Por un lado, emplea armas de guerra para reprimir manifestaciones, cosa que está específicamente restringida en el texto constitucional.  Y el colmo es que hubiesen sido empleadas para constreñir a personas que estaban dentro de sus viviendas, sin participar en manifestación alguna. Por el otro, la “retención” de una persona solo por portar una bandera demuestra, cuando menos, insensatez funcionarial.  Y, por otro lado más, eso de que se permita que civiles armados actúen de consuno con unidades militares deja muy mal plantados a sus comandantes.  Además, permite ver que lo que tuiteó el detentor de la gobernación de Carabobo es cierto: el régimen está dispuesto a enfrentar a pueblo contra pueblo.  Por cierto, en lo que es una digresión, el tipo poco domina el idioma: a pesar de que pertenece a la terminología militar, no sabe que “contraataque” se escribe como una sola palabra; y desconoce lo que implica “fulminante”.  ¿O sí, y lo escribió ex profeso?

 

En todo caso, retomo el tema y transcribo las interrogantes del amigo: “¿Cuándo la dictadura de Pérez Jiménez había tanta indolencia, indiferencia y frivolidad en el pueblo venezolano?  ¿Qué diferencias o similitudes existen entre esas dictaduras?  ¿Se puede hablar que uno era más malvada que otra?”

 

Mi respuesta: No creo que sean comparables la dictadura de Pérez Jiménez y la actual que sufrimos. Empezando porque estamos hablando de dos Venezuela diferentes. Lo que era posible en los mediados del siglo XX, ya no lo es. Sobre todo en lo que respecta a la teoría de los derechos humanos (que ya sabemos cómo es la cosa en la práctica, ayer y hoy).  El ambiente suramericano dejaba ver gobiernos de fuerza en muchos países: Perón, Odría, Stroessner, Rojas Pinilla, etc.  Por ello, el régimen del “Nuevo Ideal Nacional” se sentía que podía actuar por la libre.  Hoy, el único régimen militaroide que hay en el subcontinente es el que nosotros padecemos.  Lamentablemente, aunque no hay chafarotes en los otros países, sus mandatarios, en un caso de “ceguera grupal selectiva” se solidarizan automáticamente con el innombrable; porque están en la nómina, porque entienden a las organizaciones internacionales como “clubes de presidentes” —no como instituciones de defensa de los derechos y libertades— y porque temen que su precaria popularidad acabe y los deje desnudos ante su gente.

 

Otra diferencia es que PJ escogía a sus ministros por lo que sabían y valían; el afán en ese tiempo era adelantar al país hacia el desarrollo (aparte de robar, claro).  Ahora, mientras más mediocre el ministro, ¡mejor!, no hará sombra al hegemón.  Por eso es que no más de 40-50 personas se rotan desde hace quince años por los ministerios y organismos públicos.  Y por donde pasan, dejan una estela de incompetencia y latrocinios.  Hoy, lo que se busca no es que Venezuela progrese, sino que se hunda más en la anomia, donde pudieran actuar sin cortapisas.

 

La gente de antes no es que fuese apática o conformista, sino que no tenía cultura política y estaba acostumbrada a los gobiernos fuertes que eran mayoría en Sur América.  Pero el gobierno tampoco se metía con los que no se metían con él.  Todo lo contrario de lo que sucede ahora, cuando —dejando de lado el apotegma de que “gobierno no busca peleas”— se disputa de manera incivilizada con todos y por todo. Si no, recuerden al Nicol-ass, adornado con banda presidencial y gran collar, insultando de la manera más baja a quienes no están de acuerdo con el pensamiento único.  Lenguaje de baja estofa todo el tiempo.  En eso también se diferencia de  Marcos Evangelista, quien leía los discursos escritos por Vallenilla en una prosa elegante y concorde con la dignidad del cargo.  El actual cree que puede irrespetar como le dé la gana, porque para eso reparte mendrugos que, él cree, sirven para mantener tranquilas a las masas. Lo malo para él es que se le está acabando el pan.

 

Yo creo, indudablemente, que esta dictadura es más malvada que la anterior. Porque aquella se interesaba solo en hacer obras que les permitiesen sisar réditos indebidos.  Y si para mantenerse en el poder había que mandar a algunos a la cárcel, apuntaba solo a los líderes que los antagonizaban. La dictadura actual, además de robarse todo lo que pueden —y endeudar al país para seguir medrando— quiere colonizar nuestras mentes con un “pensamiento único”, como si estuviésemos en Cuba o la URSS.  Aparte de que mete en chirona a todos los que puede agarrar.  Hasta autistas y minusválidos han sufrido prisión, con golpizas naZionales previas…

 

La culpa no la tiene el ciego, sin embargo.  En verdad, lo que nos pasa es por culpa del paterrolismo y lo muerto-de-hambre de muchos de nuestros paisanos.  De todos los niveles; desde los necesitados que aguantan colas de horas al sol para que les den un pollo o un frasco de aceite, hasta los muy acomodados (incluidos muchos de los de la cúpula uniformada), más interesados en la ganancia personal que en los principios.  Provoca decir como Mariano Picón Salas: “…no cambio esta olvidada calma por el compromiso y la traición que están en la cuenta corriente de muchos triunfadores".

 

Ahora, cuéntame una de vaqueros


Uno de dos, o el tipo, además de vivir en Babia, usa las gafas de Pangloss o, en eso de meter cobas, es el mejor discípulo del difunto interfecto que falleció.  Yo barrunto que es más probable lo segundo que lo primero; que el tipo aprobó cum laude el curso avanzado de Car’etablismo que imparten en Cuba a los que ellos eligen para que lleguen a los altos cargos del régimen.  Por cierto, Nikolai —¿o será: Nicol-ass?— fue una decepción para ellos, salió raspado todas las veces que lo hizo —y eso lo pueden notar los masoquistas que se ponen a escuchar cadenas—, pero tuvieron que resignarse y pronunciar las palabras que inmortalizaron a Rizarrita: “es lo que hay”…  Salgo de la digresión y regreso a lo que será el tema de hoy: el ridículo alegato que a finales de la semana pasada hizo el inefable comandante del CEO para intentar justificar a "dignos soldados" (sus palabras, no las mías) que desde hace casi un mes están irrespetando tanto la norma jurídica como la ley natural y la ética al vapulear salvajemente a los manifestantes, sin lograr doblegarles su voluntad y valentía. 

 

Siendo que están bien documentados con fotos y videos los frecuentes actos de sevicia casi demencial con los cuales atacan a quienes protestan pacíficamente, el tipo tuvo la cachaza de asegurar que sus subalternos actúan “con respeto a los derechos humanos”.  ¿Es que el zarandajo no ha visto las pruebas, que le han dado la vuelta al globo varias veces y que muestran uniformados y uniformadas (para escribir como hablan los rojos y para que no se me escape la guardia que golpeó con el casco a una mujer inválida que estaba en el suelo) al atacar a quienes no tienen más armas que sus consignas?  ¿Es que él no vio al guardia que golpea a un anciano, también en el suelo, con el cañón del fusil y luego lo patea en la cabeza? ¿Es que no vio al otro vándalo que, sin son ni ton, rompe los vidrios de unos carros estacionados? ¿Es que no le han pasado los videos en los que vehículos antimotines destrozan vehículos aparcados solo por gusto?  Por cierto, esas escenas se repiten en varias ciudades, lo que demuestra que la acción ha sido dirigida desde un puesto de mando central.  ¿Cómo podremos los guardias de antes sosegar nuestra vergüenza de ver a unos que olvidaron aquello de nuestro himno:  “el deber por consigna llevamos, y por alta divisa el honor”. O lo de “garantía brindaremos al buen ciudadano, al inválido, al niño, al anciano…”  Estos que atacan con crueldad a los desarmados son muy distintos de los guardias que nos honró comandar.  Los de hoy, del comandante general para abajo, lo que nos dan es vergüenza; la soflama está en las caras de los guardias de antes —los que ninguna culpa tenemos en esas tropelías—, no en las de los desvergonzados actuales.

 

El tipo es un caradura cuando afirma, a la letra: "Somos parte de una institución decente, que obedece a principios y valores, respetuosa de los derechos humanos…".  ¡Hay que tener riñones para decir eso sin pestañear siquiera, sin el menor sonrojo!  Sobre todo, porque el tipo es quien se ufanaba de haber “inmovilizado” (eufemismo políticamente correcto para no tener que especificar: “derribado” o “destruido”) más de treinta aeronaves que supuestamente transportaban drogas, pero que hasta el día de hoy no ha mostrado sino los fuselajes chamuscados de unos aviones, sin informar dónde y en qué condiciones están los tripulantes y pasajeros o, por lo menos, si están vivos.  Mucho menos dice algo acerca del destino de las drogas que eran  transportadas.  Lo que da mucho para pensar.  En todo caso, que el señor no se ponga a pontificar sobre “principios y valores”, que le queda muy grande, grandísimo…

 

En lo único que le concedo razón al Padrino es en aquello de que esto es una "batalla entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira".  Lástima que le faltó confesar que él está de parte del mal y la mentira…

 

Otrosí

Ha pasado por debajo de la mesa la noticia en la que se informó que, hace una semana, unos “colectivos” cumaneses derribaron el busto de uno de sus paisanos más esclarecidos y eminentes: Andrés Eloy Blanco.  La razón aparente: que el poeta y tribuno “era adeco”.  La inicua salvajada es apenas comparable con la destrucción de la estatua de Colón por el delito de ser un “colonizador español”.  Que no lo fue, solo descubridor.  Lo paradójico es que esa misma gente recibe con aplausos, sonrisas y loas a los colonizadores cubanos contemporáneos.  Esos modernos iconoclastas son la resultante de la prédica política que se ha enseñoreado entre nosotros hace quince años.  Desde ese momento, la procacidad, los insultos, las amenazas y la violencia física han reemplazado a la afabilidad en el trato y la benignidad en las acciones que caracterizaron al venezolano.  Antes, ni siquiera entre los oponentes políticos más enconados, uno veía indecencias, vías de hecho, vesanias.  Ahora, son el pan nuestro de cada día.  Es que intentan reemplazar con desmanes y tropelías lo que les falta de cerebro sensato y buen corazón.

 

Andrés Eloy no se merece ese ensañamiento obscurantista porque fue un buen venezolano y excelente vate.  No se equivocó Gallegos cuando lo describió como “un hombre bien construido por dentro, serena la claridad interior”.  Es alguien que merece el bien de la patria nada más que por haber escrito aquello de: “Por mí, la flor en las bardas / y la rosa de Martí, /Por mí, combate en la altura /y en la palabra civil (…) Por mí, ni un odio hijo mío, / ni un sólo rencor por mí. / No derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí…”